Se buscan voluntarios de cualquier edad,
incluidos niños y discapacitados, para experimento de supervivencia extrema en
la Antártida.
La estancia mínima es de mes y medio y la
máxima de un año. Los costes, de hasta 5.000 euros, corren a cargo de los
voluntarios. El alojamiento y la comida son gratis.
Este es el anuncio que Jaroslav Pavlicek hace
en la página web de la base Eco-Nelson. En 1989, este ciudadano checo llegó a la
inhóspita isla Nelson, a unos 700 kilómetros del cabo de Hornos, y comenzó a
construirse un refugio cerca de una playa donde no se forma hielo y las
temperaturas oscilan entre los tres grados y los 11 bajo cero. Su objetivo era
causar el menor impacto posible.
Quedaba prohibido usar detergente, jabón,
champú o dentífrico. Los platos se chupaban hasta dejarlos limpios. Cada
voluntario puede traer solo ocho kilos de objetos personales y tras su estancia
debe llevarse todos sus residuos. La base está equipada con jergones, estufa,
algunos libros; lo esencial para vivir. El lema: “Mantente ocupado, ayuda a los
demás”.
Este enclave se ha convertido en la única base
privada de la Antártida, lo que sienta un peligroso precedente de cara al
turismo en un continente consagrado a las actividades científicas y donde hay
una especial protección ambiental.
En 2015, ya con 72 años, Pavlicek seguía
viajando a Eco-Nelson. El año pasado seguía invitando por correo electrónico a
los voluntarios interesados en visitar su base a realizar un cursillo de
supervivencia previo en República Checa.
Experimento peligroso
En enero de 2015 una inspección oficial dio la
voz de alarma. Los representantes de Reino Unido y República Checa se
sorprendieron de encontrar a alguien viviendo en aquel refugio cubierto de
nieve casi hasta el techo.
Algunas estancias estaban llenas de hielo y
había un riesgo elevado de derrumbe. Apenas había equipamiento de emergencias y
las pocas medicinas del botiquín habían caducado hacía más de 10 años.
El propio Pavlicek explicó a los investigadores
que en la base habían estado niños de siete años o más, junto a sus padres
realizando ejercicios de supervivencia. Para llegar cada año y conseguir
provisiones, el aventurero contaba con la solidaridad de algún habitante de las
bases en la vecina isla Rey Jorge, así como de los cruceros privados que llevan
turistas a la zona.
Los inspectores recomendaron demoler la base y
limpiar toda el área en su informe para los 52 países firmantes del Tratado
Antártico, que regula las actividades en el continente. En 2016, otra
inspección a cargo de Chile y Argentina volvió a visitar la base. Encontraron
boyas de pesca, bidones viejos y un motor de lancha tirado en la playa, y
volvieron a recomendar el desmantelamiento. Pavlicek ya no estaba allí.
Los planes actuales son limpiar la zona,
dotarla de equipos de emergencia y provisiones, echar abajo los edificios
peligrosos y, en un futuro, dedicar las instalaciones a la investigación
científica, según un documento presentado por los representantes checos en la
última reunión del Tratado Antártico, que se celebró en Pekín a principios de
mes y al que ha tenido acceso este diario.
Mart Eslem, un amigo de Pavlicek que viajó a la
Antártida y pasó el día de Navidad de 2007 en la base, explica que Pavlicek
vive “de forma muy modesta” en República Checa con su mujer. “Su casa tiene el
mismo estilo que la base Eco-Nelson. No tiene móvil, lo desaprueba. Trabaja sin
cesar en sus libros de supervivencia, casi no habla de otras cosas. Sus dos
hijas le llaman un sin techo”, asegura.(El País)
PUBLICADO EL 13/06/201
POR FM Libra 106.7-Allen-Río
Negro.
E Mail de contacto infosao2010@gmail.com