Zama está basada en la novela de Antonio Di
Benedetto, escrita en 1956 y celebrada
en su momento tanto por Cortázar, como por Roa Bastos y Juan José Saer.
Al parecer la salteña Lucrecia Martel, en la que
es su primera adaptación literaria y su primer film de época, pudo sortear todos
los escollos y ha conseguido mucho más
que una versión lograda de una novela mítica.
¿Quién es Don Diego de Zama, ese hombre que
está solo y espera?
A la orilla de un río terroso, allá por 1790,
en un confín colonial de lo que todavía ni siquiera se nombra como Paraguay, un
niño desconocido, recién bajado de un barco que proviene de lejanos puertos
rioplatenses, sorpresivamente se lo recuerda en un susurro, como si fuera un
sueño: ¡el corregidor, el enérgico, el pacificador de indios, el que hizo
justicia sin emplear la espada, el que se ganó honores del monarca y respeto de
los vencidos!
Nada del presente de Zama (estupendo el
mexicano Daniel Giménez Cacho) tiene que ver con esa leyenda. Ahora es apenas
un triste asesor letrado de la corona española, añorando de manera enfermiza un
traslado a Buenos Aires, donde dejó a su mujer y a sus hijos. El devenir del
personaje, no lo llevará hacia aquella anhelada civilización sino al corazón de
las tinieblas del virreinato, donde finalmente llegará a fundirse con un
“paraíso desolado y excesivamente inmenso para mis piernas”.
La deslumbrante puesta en escena de Martel acentúa
esa ajenidad de Zama y un entorno plagado de personajes, animales insólitos que
se aparecen en despachos oficiales y muebles de olvidado esplendor, llevan a la
pocilga a la que termina empujado Don Diego de Zama.
La sinfonía de hombres y mujeres en medio de un
calor asfixiante y el polvo, que
constantemente se ponen y se sacan pelucas que se adivinan hediondas, unas
libreas raídas, unos miriñaques sin brillo, componen el magnífico trabajo
dirigido por Martel. Fuente Página 12
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PUBLICADO EL 29/09/2017